Tuesday, January 16, 2007

Comuna ciudad

Estamos tan enajenados en Chile que no nos damos cuenta cómo sectores de la sociedad se van consolidando como ghetos? Chile siempre ha sido un país arribista, con intolerancia social y con ganas de ser otra cosa, aunque su naturaleza sudamericana se lo impida, muy a su pesar. No es que me guste escribir sobre estas cosas, ni quejarme de mi querido suelo. Pero es que hay momentos en que esto se hace intolerable y tengo que descargarme de alguna manera.
El momento de saturación me llegó hoy en la mañana, por una circunstancia casual y en apariencia inofensiva. Iba caminando por la calle cuando reparé en el lema de la Municipalidad de Las Condes: "comuna ciudad". Me quedé pensando. ¿Qué quieren decir con eso? ¿Significa acaso que la comuna es tan autosuficiente que en realidad por un tema de continuidad urbana no es una ciudad aparte? Tal vez apunta a que su poder económico es tan superior a la mayoría de las otras que en realidad no necesita de nadie más para desarrollarse. Es más bien al contrario, sus aportes al fondo municipal significa que está financiando a otras comunas, por lo que es un acreedor neto de otras unidades comunales.
Me puse a pensar en la realidad que encierra Las Condes. En otros países se ha dado que el alcalde de la capital tiene una exposición pública tan grande que es usado como trampolín para la Jefatura de Gobierno. Sólo en Chile se da el caso contrario: el alcalde de la comuna más rica del país, no obstante ser el jefe municipal de un número tremendamente marginal de chilenos, obtiene publicidad y atención nacional y es catapultado a candidato presidencial. Es más, pasa de ser alcalde de Las Condes a ser alcalde de Santiago, y su popularidad decrece en vez de subir. Chile es un país arribista. Es como si todos tuviéramos los ojos puestos en esta comuna que en algún momento surgió de entre chacras y caminos de tierra y cuya potencia económica permitió transformar en términos "in" a nombres propios indígenas: Apoquindo, Vitacura, Apumanque, o incluso Parque Arauco, que si lo despojamos de la connotación altoclasista que ha alcanzado luego de años en el imaginario de esta ciudad, de primeras oídas daría la impresión de ser una feria artesanal mapuche o en el mejor de los casos un "theme park" indígena.
Pero me estoy desviando. Las Condes nos ha ofrecido sólo en el último año una serie de ejemplos fantásticos para graficar la fuerza auto-enajenante de los más poderosos. Partimos por el caso de las prostitutas en el barrio El Golf, donde imperaba el intento de "me da lo mismo que haya o no prostitución, o en qué condiciones se ejerza, siempre y cuando no sea en esta comuna". Luego, con los aires de septiembre me enteré de una realidad que yo personalmente desconocía: los 19 de ese mes se realiza una parada militar privada para los vecinos de la comuna. Así es, tal como suena. Porque antes de volver del Parque O'Higgins, la soldada desfila frente a la municipalidad de Avenida Apoquindo, que instala graderías para que los bien nacidos residentes de esta municipalidad puedan ver pasar a sus protectores y garantes del orden (muy apreciado en este lugar) sin tener que caer en la bajeza de ir a compartir espacios con la chusma en la elipse donde históricamente se ha realizado esta tradición militar.
Y esto sigue. En diciembre, para la Teletón, el alcalde de Las Condes, un tal señor De la Maza, blandió su maza de líder secesionista para negarse a desplegar publicidad de las empresas que auspician a la teletón. Según él, Las Condes podía recaudar más fondos haciendo su propia campaña, con sus propias empresas. Aplastó a mazazos el interés solidario de más de algún lascondino y le negó el ingreso a su feudo precordillerano.
Luego de leer el lema, todo esto comenzó a hervir en mi cabeza como un puchero que poco a poco empezaba a convertirse en una sopa con personalidad propia, en una idea clara, más allá de los episodios anecdóticos que he mencionado. Recorrer Las Condes de hecho es una experiencia extraña. Se pasa de una realidad urbana más o menos homogénea, como es Providencia, Ñuñoa, La Reina, La Florida, etc., a una especie de set de cine: todo es distinto, todo es más grande y suntuoso, pretencioso, con ganas de arrancarse de su propio mundo y ser otra cosa. No voy a ahondar en el hecho de que todo huele a una mala copia. Es casi enternecedor la copia del edificio de la Chrysler, o bien el esfuerzo de asimilarse a Miami de la avenida Apoquindo.
Pero aquí hay de todo: universidades, centros comerciales, malls, hospitales, colegios para educar a sus hijos como debe ser, hasta curas dedicados a bendecir todos sus excesos y hacer quedar bien a Dios con el diablo.
Las Condes quiere ser distinto, y en su desesperado afán de alcanzar su independencia, despide un olor a esquizofrenia y a superficialidad que está bien ocultada por la limpieza de sus calles, por la variedad de su comercio. No quiere saber de Chile, pero sí goza de ser la comuna más mirada, como la niña bonita y arrogante que en el fondo desprecia a sus admiradores.
Y sigo caminando mientras pienso: Comuna Ciudad... se repetirá en el inconsciente de todos sus habitantes, hasta sonar igual que a mi "como una ciudad"?