Thursday, June 19, 2008

Radiohead

Habían pronosticado lluvia para la noche en que Radiohead tocaría en Milán. Las nubes cargadas cubrían la ciudad con su abrazo húmedo cuando llegué a la estación central. Dos horas antes del concierto y luego de un viaje bastante largo gracias a RyanAir, tenía tiempo para conocer algo más de Milán. Yo ya había estado cuando niño, y tenía recuerdos bastante borrosos pero también muy vívidos sobre el duomo y sus puntas que parecían empinarse hacia el infinito.


Tomé el metro y vi rápidamente cómo llegar a la plaza del duomo. No estaba lejos. En el metro pude ver lo distinto que es Milán con respecto a Roma. Personas distintas unas de otras, de colores y vestimentas diversas, que hablaban diversas lenguas, con el murmullo de fondo de un italiano hablado sin el acento estridente del Lazio. La gente se veía mucho más homogénea en su diversidad. Curiosamente sentí que en comparación Roma parecía una provincia hundida entre sus ruinas y basílicas renacentistas, mientras que el centro lombardo vibraba de una vida más nueva, más actual, más abierta.


Me desorienté un poco al bajarme del metro, y no supe bien cuál de las salidas de la estación me llevaría al (yo esperaba) impactante encuentro con la fachada del clásico ícono milanista. Por suerte no me equivoqué, y ya antes de subir las escaleras, alcé la mirada y pude ver cómo el duomo se asomaba con sus volutas barrocas y gárgolas centenarias, como un gigante que acerca su ojo colosal a la una ventana pequeña y que nos mira desde los siglos.


Son curiosos los recuerdos infantiles. La última vez que había estado en la piazza del Duomo de Milán yo tenía ocho años. La impresión de entonces fue la de estar en una explanada enorme, donde a lo lejos se veía gente caminando, empequeñecida por las distancias magníficas, y todo a la sombra de esta enorme ballena de piedra, de la que era imposible ocultarse como un dedo acusador que te sigue a todas partes, con su presencia aplastante de volutas y arcadas.


Ahora en cambio vi que la plaza era un poco más grande tal vez que un solar colonial chileno, y que el duomo era una realización magnífica... como hay otras tantas en Italia y en el mundo. Grupos de personas conversaban en las breves escalinatas de la catedral, mientras que familias paseaban lentamente y compraban comida a los carritos en las esquinas de la plaza.


Admito mi desilusión. Me comí una pizza al taglio en uno de los costados de la plaza, mientras miraba el duomo y pensaba ya en el recital de Radiohead.


Radiohead, a quien sigo desde su primer disco (hace casi 15 años), es probablemente el grupo que mejor sabe ser vanguardista. Los únicos que pueden componer canciones difíciles de entender, cada vez más enredadas y etéreas, y al final salirse con la suya, es decir conseguir que los fans entendamos las melodías tan sinuosas como originales con las que llenan los discos. Al final, son comercialmente un éxito (todo el mundo habla de ellos), aunque van en un claro camino de destrucción de modelos y de formas tradicionales de hacer rock.


Debo reconocer eso sí que yo me quedo con el estilo que los convirtió en mundialmente famosos, de las canciones del "OK Computer", donde se notaba que estaban a un paso de huir de los esquemas de rockeros tradicionales, pero aún conservaban ese sonido mainstream que los hacía geniales y digeribles a la primera. Luego la cosa se hizo más complicada. Los álbumes sucesivos (Kid A, Amnesiac) hicieron dos cosas a mi modo de ver: introdujeron un sonido mucho más electrónico (y menos guitarras) y comenzó un desprecio cada vez mayor por el ritmo 4/4.


El concierto de esa noche era parte de la promoción de su último álbum In Rainbows, que escuché con devoción y disciplina los días previos. Difícil y más parejo en la instrumentación utilizada, deja con un gusto metálico en la boca, secuencias de acordes que corren como una avalancha electrónica que oculta las melodías de fondo, siempre geniales pero desprovistas de los adornos de antes.


Eligieron la Arena Civica al interior del magnífico parque Sempione de Milán para el recital. Mientras caminaba desde la estación del metro con un mapa conseguido a último minuto, me di cuenta de que estos tipos no bromeaban con su intención de hacer un evento "ecológico". Imposible llegar en auto. O caminando (como yo) o en bus. Parecía un paseo campestre, al término del cual no se saca una cesta de picnic sino que se corean en vivo las canciones del mejor grupo de rock del mundo.


Como dije al comienzo de este post, habían anunciado lluvia. Y lluvia hubo. Por suerte amainó poco a poco hasta que paró completamente precisamente a la hora del concierto. Sin embargo, ya a esas alturas la arena cívica era un "barrial" cívico, que es lo que pasa cuando se ponen 20 mil personas sobre una superficie de pasto mojado. Apenas entré al área del concierto y la gente estaba tranquila esperando el concierto, llegué a pensar que esto iba a terminar como esas escenas de Woodstock con gente jugando con barro y resbalándose en toboganes cafés.

Pero los milaneses son bastante educaditos. Nadie hizo nada. Había muchos vasos plásticos de cerveza y el infaltable olor a cannabis, pero la gente permanecía de pie imperturbable en los 60cm2 que le tocó a cada uno.

Aún no oscurecía sobre Milán cuando casi puntualmente, aparecieron en el escenario los Radiohead, como un grupo de amigos que dobla la esquina. Sin ningún efecto especial, saludaron brevemente agitando los brazos y se dirigieron a sus respectivos instrumentos. Después de todo venían a tocar y no a hacerse los simpáticos. Porque a decir verdad muy simpáticos no son.

El concierto fue casi todo lo que yo esperaba. Casi porque para un fanático como yo que nunca los había escuchado en vivo, faltaron temas clásicos como Paranoid Android o No Surprises. Por supuesto que ninguno de los miembros de la banda hablaba italiano, por lo que se dirigieron al público más que nada con gestos (Thom Yorke en su máxima demostración de cariño abriendo los brazos como abrazando al público... la terapia parece que le ha hecho bien), y con palabras sueltas que el público celebraba con halagada admiración.

"Buona sera" Dijo Yorke al micrófono luego de terminar la primera canción, con un acento de taxista de Manchester. "Grazie" y "prego" engrosaron más adelante el evidente estudio que habían hecho de la lengua de Dante entre los ensayos. Yo recuerdo que en Chile los recitales de los grupos gringos éstos se largan en extensos discursos en inglés sobre lo lindo que es el país, o la filosofía barata de moda sin importarles la distancia lingüística. Aparentemente Radiohead tienen un poco más de pudor. O tal vez son siempre así, en cualquier lengua.

En cualquier caso, la música era maciza. Se sucedían las canciones ejecutadas con perfección técnica, consiguiendo las armonías en el momento justo, con la tonalidad justa. Quedé absolutamente encantado con la amplificación, que era precisa, ni mucho ni poco. Sumémosle a eso el hecho de que la banda suena igual que en los discos. Cada canción parece una pieza de música clásica, donde las melodías y los compases son los mismos siempre, sólo cambia la expresión de los instrumentos y la interpretación que en ese momento quieran darle. Impensable un coreo con el público como hacen la mayoría de los grupos, apuntando el micrófono a la multitud desafinada, o donde brota la cursilería rockera, con frases célebres como "fusionarse con el público" o "el show lo hacen ustedes".

Lo único que sí vi en esta linea fue el hecho de que en el piano que Yorke usó para algunas canciones colgaba la bandera del Tibet. Bien por él. Tal vez Thom ha investigado sobre el Tíbet y quiere la independencia de China. O tal vez simplemente venía de hablar con Bono.

Cuando ya llevaban dos horas de concierto, finalmente el guitarrista secundario, que es como una presencia muda de maniquí útil tomó el micrófono para informar a la enardecida audiencia los resultados del fútbol. Esa noche jugaba la selección de Italia y de hecho muchos se preguntaban si la coincidencia no habría hecho derrumbarse la asistencia. Se dieron el gusto de informarle a los italianos presentes que su equipo nacional había vencido dos a cero a Francia por la Eurocopa.

El clímax futbolístico dio paso a una euforia musical. Inmediatamente Yorke atacó los acordes de piano de Karma Police, que (de nuevo) fue como ponerle "play" al disco, de lo igual que sonó. La gente coreó sonriendo toda la canción de punta a cabo, yo incluido. Y luego todos nos fuimos felices, como niños luego de hartarse de una torta dulce y abundante, con la sensación de haber visto algo realmente único, tal vez uno de los mejores grupos del momento, en el mejor momento de su carrera. O como dice el coro de la misma canción coreada y repetida en el susurro de la voz de Thom Yorke:

"This is what you get... when you mess with us".

Wednesday, June 04, 2008

Borracheras

Una vez en Punta Arenas tuve el privilegio de escuchar a un cómico local que hizo una hilarante rutina sobre los borrachos. Casi un monólogo filosófico, el cómico tenía la gracia de hacer reir desde su seriedad y con frases rotundas y redondas que caían como mazazos de ironía sobre los que lo escuchábamos. Una de las cosas que dijo fue cómo la borrachera es el estado más democrático de todos.


Claro, todos somos igualmente borrachos cuando nos emborrachamos. Todos son más amigos, más amistosos. Importa menos de dónde uno sea, cuánta sangre europea corra por nuestras venas o cuántos ceros tengamos la cuenta corriente. Los borrachos empiezan a recordar las cosas buenas, y si se acuerdan de las malas, es para sanar la herida abierta, enfrentando con la verdad el daño hecho, y con palabras soeces y puñetes al aire, pero siempre terminando en lágrimas de arrepentimiento y perdón.


Es como cuando un borracho entra en un bar, lleno de gente sobria. Todo el mundo le hace el quite, todos miran para otro lado, esperando que el borracho se vaya pronto, casi como si fuera un leproso. Qué distinto es a la inversa, cuando un sobrio entra a un bar de borrachos! dijo el cómico puntarenense. Los borrachos al ver al sobrio lo acogen con bromas, lo invitan a tomar y a integrarse, hasta es probable que no lo dejen pagar, y terminen todos debajo de las mesas durmiendo la mona. Los borrachos son una raza bastante más amigable que los sobrios.

Se puede hechar a la broma, pero por supuesto (caigamos sin asco en lo políticamente correcto) el abuso del alcohol es un problema. Sobre todo en la juventud de Chile, que tiene acceso casi ilimitado a vino, cerveza y pisco que comprado en botillerías puede obtenerse con una mesada de adolescente promedio, y hasta quedarse con plata para la micro.

Este problema no es de hoy. Cuando yo era estudiante secundario a fines de los ochenta, amigos míos tenían ya una afición desmedida por tomar todo lo que oliera a alcohol. Muy populares eran las petacas, que por ser más pequeñas eran más baratas. Aunque fueran una preparación que difícilmente se podría distinguir de un perfume barato al paladar. Un amigo mío (que luego enmendó el rumbo y se convirtió en un responsable profesional de las comunicaciones) se enfilaba una de estas petacas en el bolsillo interior de la chaqueta del colegio, y en una contorsión que desde lejos parecía un gesto de dolor, inclinaba la cabeza donde tenía una bombilla que emergía de dentro de su chaqueta, y que lo conectaba con la famosa petaquita y su contenido alcohólico. Un genio.

Pero casi nunca era así. Casi sin excepción el trago era un motivo de sociabilidad, de jóvenes que buscaban en una experiencia nueva y fácil, una aventura de la que recordarían poco. Como para adormecer el paso del tiempo que en los adolescentes es tan implacable. Seguramente el alcohol nos hizo más amigos de nuestros amigos, como diría el cómico sureño. Y nos enseñó que uno puede reír también de las cosas que hizo y que prefiere no volver a hacer.