Saturday, May 09, 2009

Flor de Flores

Yo conocí a Fernando Flores, el senador pendular. El que hoy le quita el sueño a muchos luego de demostrar cómo uno puede cambiarse de bando político a plena luz del día. Lo conocí en un viaje que él hizo, me tocó estar sentado a su lado y escucharlo. Creo que también le dije algunas cosas y le hice un par de preguntas, pero eso ya se me olvidó.
Fernando Flores se sentó a mi lado y me dijo muchas cosas. Me habló de su paso por la Isla 10 (o sea la Isla Navarino, donde relegaron a algunos representantes del gobierno de Allende luego del golpe). Para muchos de los que estaban presentes en la comida, Flores estaba particularmente locuaz en esa oportunidad. De todas maneras no habló tanto, más bien lo que hablaría normalmente cualquier persona en una ocasión así.
También me habló de libros. Me llamó la atención que fuera tan culto. Y lo digo sin afán de alabarlo. Es que en verdad el señor ha leído mucho, y no sólo ha posado sus ojos en muchos textos. Conoce muchos autores, sabe de muchas corrientes filosóficas y está en condiciones de dictar un buen curso de historia de la filosofía sin mucho esfuerzo. Cuando yo estaba en la universidad estudiando historia, una de mis profesoras, María Eugenia Horvitz, nos sugirió contactar a Fernando Flores para que nos hiciera una charla "motivadora" sobre la historia, sobre nuestra vida como sujetos postmodernos y sobre lo que nos debiera mover como ciudadanos de la nueva democracia. Hablo de principios de los 90, cuando Flores aún no era nadie desde un punto de vista de los medios y no fuera conocido como legislador. Me lo imaginaba como un señor mayor, flaco, de cabellos blancos, de lentes redondos y vestido con un terno azul gastado, con una humita y con olor a tabaco. El prototipo del intelectual exiliado.
La realidad, como cualquier chileno informado puede atestiguar, es bastante distinta. En la comida a la que hago referencia, Flores, el de verdad, apareció caminando por la calle con el paso difícil de las personas con un sobrepeso completamente fuera de control. Se sentó a mi lado con un aire de niño avergonzado, y tal vez buscando llamar la atención empezó a hablar sobre su vida y su vocación por lo político.
Nunca había visto a nadie tan maleducado en la mesa. Violó sistemáticamente todas las normas de buena educación que mis mayores me enseñaron al momento de sentarse a la mesa. Recuerdo que yo pedí unos rolls que eran un tipo de burrito bastante buenos, rellenos de carnes y verduras, pensados para ser comidos con tenedor y cuchillo. Flores hizo caso omiso de estas consideraciones y procedió a comerse con la mano las exquisiteces del lugar. Como un gigante que devora con la mano una parrilla de carne asada. Mientras hablaba, el Senador escupía sin querer pedazos del roll. En las comisuras de sus labios se debatían en equilibrio mortal los jugos que acompañaban el menú.
Los comensales, yo incluído, caíamos en los roles del pueblo que no quiere gritar que el rey está desnudo, o en este caso, que el Senador-Cenador es un cochino. Todos lo escuchamos con respeto, algunos con silencio reverencial, casi anotando mentalmente lo que se transformaba en dogma al momento de ser pronunciado.
Las cosas no han cambiado mucho, excepto por la olímpica vuelta de carnero política del Cenador.
Creo que el caso no deja de ser fascinante. En la entrevista que le concedió a CNN Chile, el Senador se siente incómodo que le pregunten por lo obvio: cómo puede justificarse lo injustificable, que en un país donde derecha e izquierda son aún fuerzas políticas separadas por un abismo de ideologías y tradiciones históricas, él decida pasarse de un bando al otro. Dice: yo soy independiente y creo que mi deber es abandonar la Concertación y unirme a un grupo que creo que debe liderar el cambio político en Chile. Aunque advierte: si la derecha no cumple con lo que dice, yo dejo de apoyarla y me retiro.
En otras palabras: ustedes saben que yo soy un gurú (de alguien) y por lo tanto tienen que seguirme donde yo vaya, porque la verdad me acompaña donde yo esté, no al revés. Otros prefieren decir: yo pienso que en el debate político nacional la mejor opción para el país va por este lado x, y mi conciencia me dicta apoyar esta tendencia. O sea, mis convicciones pueden ser favorecidas por el electorado o no, pero siguen siendo mis convicciones.
Flores carece de este tipo de consideraciones. Al parecer piensa que cualquiera que lo critique está equivocado (esa parte de sus lecturas filosóficas se le olvidó), y que puede acomodarse a cualquier cosa y a cualquier circunstancia sólo con un gesto de su bigotito charro. Como el Dios de los evangelios, él dice: Yo soy quien soy, porque nadie ni nada fuera de mi es capaz de definirme. Y como tal, puedo hacer lo que quiero porque mi sola presencia justifica mis decisiones.
Yo propongo lo siguiente: proclamar a Flores Rey de la Araucanía. Renuncia inmediata al Senado y a cualquier candidatura a nada. La Monarquía Araucana se instaura mientras dure Flores. Mientras se mantenga cuerdo y siga leyendo libros. Prohibido actuar en política chilena. Estoy seguro que sus discursos en el año nuevo mapuche serán memorables. Y que los mapuches lo escucharán con respeto. Aunque sin creerle mucho. De hecho, sin creerle nada. Todos gritaremos finalmente que el Rey está desnudo.