Wednesday, November 11, 2009

Encuesta CEP

La encuesta CEP finalmente es pública.

Qué dice? que somos conservadores y que probablemente ya estamos acostumbrados a tener a la concertación en el gobierno, que por cierto ha hecho muchas cosas buenas. Sin embargo, hay una fuerza contenida por aplicar algún castigo por todas las cosas malas que han hecho los gobiernos de la concertación. Que son muchas, pero casi todas caen en la misma categoría: El anquilosamiento de las estructuras de poder y de nombramientos, que lleva necesariamente a pensar que se gobierna por derecho propio, pecado fatal que se manifiesta a través de la arrogancia de los mandos medios y de los apitutamientos descarados que se repiten sobre la base del amiguismo y no de los méritos.
La encuesta me deja con la sensación de que la gente es como un padre justo que quiere darle a la Concertación los buenos correazos que se merece por tanta irreponsabilidad en el manejo del poder, pero no sabe cómo ni dónde, y probablemente teme que el castigo le duela más en carne propia a él que al castigado niño de centro-izquierda, tan malcriado y malacostumbrado a tener al alcance de la mano la caja de dulces de la repartija de cargos y a ser mayoría en el parlamento.
Marco Enríquez parece encarnar ese deseo de castigo desde adentro, desde la juventud ignorada. De no ser porque él mismo es un joven ignorante, sería casi una solución perfecta. Por suerte la gente no es tonta y no va a permitir que ME-O sea más que una moda.
Frei. Nuestro querido Frei, tan fome y tan estable. Esa figura como el Dios Jano de los antiguos romanos, con dos caras que miran al pasado y al futuro. Una cara de gobernante sin sorpresas y que buscará un desarrollo del país tranquilo y pausado, como un paseo de domingo por la Quinta Normal. Y al mismo tiempo de un aburrimiento insufrible. La risa es una visita extraña en su cara de tótem apache, el tiempo, las empanadas y el puré picante se han preocupado de darle una fisonomía cada vez más descuadrada, que de alguna forma lo inhiben aún más a un debate confrontacional para el que no tiene condiciones naturales.
Más allá del tema de los indultos, que forma parte de sus convicciones valóricas (por lo que de lo único de lo que se le puede acusar es de haber sido consecuente con sus principios sin importar los costos políticos que él sabía que iba a tener, cosa que es en sí algo escaso y a mi juicio loable, fin del paréntesis), creo que Frei sería un buen presidente, mucho mejor que cualquiera de los otros dos. Frei tiene madera de gobernante, un tipo calmo y con un innegable liderazgo político. Capaz de armar equipos y de sacar adelante a la Concertación para darle estabilidad a Chile sobre la base de un programa de gobierno coherente.
Pero sigue pendiente la deuda del padre castigador. De alguna forma el correazo va a caer, y a muchos tendrá que dolerle. La pregunta es cómo se va a manifestar ese castigo físico en el cuerpo policromo de la concertación. Naturalmente hay dos opciones:
La primera es que después de 20 años, la concertación pierda las elecciones. Sería un batatazo del que saldrían muchos heridos. De hecho yo personalmente no veo a la Concertación recuperada luego de una derrota electoral. No la veo como una unidad en la oposición. Sería un terremoto de realineamiento de fuerzas que probablemente nos devolvería a la política de los tres tercios, en espera de algo mejor.
La segunda opción es que Frei le prenda un candelabro a cada santo del catolicismo, viaje a La Meca y se encomiende a Buddha, y finalmente gane la elección con un suspiro de diferencia. No por nariz, ya que en su caso sería ganar por lejos. En ese caso, nuestro ex-Presidente tiene la obligación moral de pasarle la cuenta a la Concertación por todo lo que ha hecho, y por llevar a toda la centro izquierda a este punto absurdo de la historia política. Absurdo porque no sé cómo explicar que un gobierno de una coalición reciba la aprobación del 80% de las personas, y no sea capaz de traspasar esos votos a su candidato, y que además sea el centro de escándalos, corrupción, desorden en los nombramientos, mediocridad de la dirigencia, y que como si todo esto fuera poco, a las elecciones presidenciales tiene la desfachatez de llevar no un candidato para continuar "la obra" de la coalición, sino TRES candidatos que se encargan de fagocitar de las desgracias del otro.
A primera vista, la segunda opción pareciera la mejor. Sin embargo, Frei tendría que hacerlo como una iniciativa voluntaria en un gobierno de cuatro años, luego de una campaña presidencial tremendamente desgastadora. Sería una empresa difícil. Me pregunto si no sería mejor asumir la pérdida y de una vez por toda aguantar el vendaval de un gobierno de Piñera, que de una vez por todas le de la opción a la derecha de estar en el poder. Sería un escenario extraño en un Chile en que el poder económico, el de la prensa y el gobierno están en las manos de un sector político. Extraño por decir lo menos. Terrorífico por decir lo justo.
La encuesta CEP me deja con un sabor a inquietud grande. El trago amargo de un gobierno de Piñera tal vez sería el correazo que todos nos merecemos. Aunque sea corto y se acabe a los cuatro años. Pero no me resigno. A tener a la UDI en el gobierno, a tener a un presidente-empresario...
Tal vez deberíamos todos encomendarnos a los santos y a Buddha, y que nos den un poco de luz en estas tinieblas en que nos deja la encuesta CEP. Porque los ciudadanos simples y normales como yo, creo que ya no nos quedan otros recursos para confiar en que el futuro de nuestro Chile está a salvo.

Wednesday, November 04, 2009

Cuando escucho la palabra consenso, saco mi pistola!

Viendo la carrera por la presidencia de Chile, me pregunto por qué razón los candidatos muestran cada vez más una tendencia al empate. A la incapacidad de ganar por margen amplio. En Chile hay un empate casi perfecto entre Piñera por un lado, y Frei - MEO por el otro.

Me pregunto por otros casos similares en le historia reciente, por ejemplo la primera elección de Bush hijo. El presidente tejano de triste recuerdo ganó finalmente porque algunos cientos de votantes en un universo de cientos de millones decidieron votar por él. Las elecciones absurdamente estrechas no se limitan a Estados Unidos, como se sabe. Lo mismo pasó en Italia cuando Berlusconi fue derrotado luego de cinco años en el poder. Incluso en nuestro propio chilito la elección de Lagos - Lavín fue contando voto a voto.

A mi me parece que la explicación a este fenómeno es evidente, de hecho muchos lo dicen y repiten sin ninguna preocupación, como sin darse cuenta de lo que significan sus palabras. Todo se resume a que los candidatos no tienen mayores diferencias entre ellos. Lo único que los separa es la capacidad personal para llevar adeltante ese programa de gobierno que todos suscriben.

De acuerdo. Tener candidatos de acuerdo entre ellos sobre lo que son las prioridades del país es algo innegablemente bueno. Evita la inestabilidad política y ahorra tiempo en los temas más básicos de la sociedad. El extremo opuesto es Bolivia, donde (al menos hasta la elección de Evo Morales) ni siquiera ha habido acuerdo para el concepto de país. En La Paz se pone en duda incluso la viabilidad de Bolivia como unidad política, tironeada por las fuerzas centrífugas de los regionalismos y las etnias.

No obstante, a pesar de aceptar las bondades de propuestas uniformes de gobierno, surgen algunos inconvenientes que son demasiado grandes para ocultarlos.

En primer lugar, un llamado "empate técnico" entre candidatos opositores genera mayorías débiles, que generalmente son incapaces de llevar adelante las reformas y las iniciativas que se plantearon en la respectiva campaña electoral. Ahí ya no sirve de nada tener programas casi comunes con la oposición, porque igual van a torpedear las ideas del gobierno. Porque ante la ausencia de idearios distintos, el objeto del ataque es la persona.

En segundo lugar, cuando los electores no son capaces de inclinar claramente la balanza hacia uno u otro lado, sucede lo mismo: ante la falta de programas de gobierno que se puedan distinguir unos de otros, la gente vota por la sonrisa que le gusta más, por la persona que habla mejor (sin importar mucho de qué hable).

Y por esa razón las elecciones se ganan por estechísimos márgenes, siguiendo más bien las leyes de la estadística. Si en una superficie tienes dos concavidades más o menos igual de profundas, y dejas caer pelotitas al azar, entonces se van a distribuir bastante uniformemente. Es lo que dice la estadística y es lo que pasa en la práctica en todas las elecciones que he mencionado.

Lo que a mi me molesta es que los candidatos, prisioneros de la ambición por conquistar el poder político, no se atrevan a ser distintos, o dicho de otra forma, no se atrevan a mostrar que efectivamente son distintos unos de otros. En cambio se quedan en esta maraña de lugares comunes y frases que no significan mucho y que los electores tenemos que soportar día a día en medio de esta campaña electoral.

Yo sé que Piñera, Frei y MEO son distintos entre sí. Sin embargo, si me ajusto a lo que ellos proyectan, veo que nos aproximamos a un empate técnico que nos va a dar un gobierno débil y gastado desde el comienzo. Ojalá los candidatos discreparan un poco más. Creo que a estas alturas sería la única forma de salvar ese bendito animal que tanto nos ha dado: el consensus chilensis.

Tuesday, November 03, 2009

No más acciones, queremos palabras

En estos tiempos donde campea la ley del más apitutado y donde gobernar se ha transformado en sinónimo de la búsqueda del poder por el poder, yo me pregunto: no será tiempo de volver a pensar como lo hacían los antiguos, cuando la falta de transparencia en la toma de decisiones estaba contrapesada no por un sistema de "concursos" y de "licitaciones" sino por otros conceptos, como la ética y el respeto a los principios?

Alguien por ahí decia que lo ético y lo estético eran dos caras de la misma medalla. La etimología dice otra cosa, en realidad son palabras que no están emparentadas. Pero como una unión de amigos, son (o deberían ser) una alianza poderosa. Lo ético es estético, y viceversa. En otras palabras, hacer lo correcto no sólo es justo, sino que también es bello.

No puedo dejar de pensar que ciudadanos como yo desencantados de los asuntos públicos de Chile necesitamos sentir que no sólo tenemos un gobierno eficiente, sino también un gobierno que ofrece una visión hermosa del futuro de Chile. Que no se deja doblegar por las conveniencias de lo inmediato para sacrificar lo correcto. Todos dan por asumido que hacer un buen gobierno es el medio para ganar una elección y acceder al poder, o bien para mantenerlo. Qué feo.

Pero cierto. Cualquiera que haya tenido la suerte y el privilegio de presenciar el triste espectáculo de escuchar a los políticos fuera de las cámaras, se da cuenta de que sus motivaciones no tienen nada que ver con la ética, sino simplemente con una ambición de poder y con un egocentrismo patológico. Los discursos, las peroratas en el parlamento y las frases hechas que disparan a través de los micrófonos de la prensa no son más que medios para cosechar aplausos fáciles y para demostrar (o aparentar) inteligencia y liderazgo.

"Los invito a soñar", le he escuchado decir a más de uno. Para seguir con una catarata de lugares comunes y sin ninguna originalidad vuelven a plantear ideas de corto vuelo. Suficiente para ganar la elección del mes que sigue.

Tal vez podríamos hacer una terapia de grupo con los políticos. Por ejemplo, hay un juego para cuando uno está muy aburrido, que se llama "poesía magnética", y consiste en hacer frases con palabras sueltas, cada una en plaquitas magnéticas que se pueden ordenar como uno quiera. Se puede unir por ejemplo "viento" con "madrugada". Por supuesto sale algo poco original, pero indudablemente bello.

El mismo juego se podría hacer con el tema del futuro de Chile, en vez de la poesía. Pero qué palabras tendrían que estar en las plaquitas magnéticas?

Propongo las siguientes: País - Multicultural - Bosques - Cordillera - Jóvenes - Crecimiento - Medio ambiente - Futuro - Energía - Campos - Ciudades - Puertos - Internacional - Idiomas - Salud - Hospitales - Escuelas - Recursos del Mar - Sociedad del Conocimiento - Distribución del Ingreso - Impuestos - Centrales Nucleares - Prioridades.

En palabras del viejo Hesíodo, estamos en una edad del hierro. Porque los candidatos no dan la talla de ninguna de estas palabras. Ni menos de los verbos que las debieran unir en un discurso que ilumine y que inspire, que nos haga creer que hay algo más allá de las alianzas del momento y de las ideas básicas que se usan como escudo para esconder el hambre de poder por el poder.

No more cars

He llegado a la conclusión que los autos son tremendamente perjudiciales para todos nosotros los seres humanos.
Los amantes de mascotas lo deberían saber. Cuando uno tiene un gato, tiene que comprar una serie de cosas que hacen que el peludo amigo se sienta a gusto: un lugar para el baño, arena para el baño (que debe ser removida para asegurar un ambiente limpio), comida para gato, un lugar para dormir (ojalá lejos del baño), agua fresca, pelotitas para jugar, etc. Es decir, cosas que hacen que un gato sea un gato. Cosas que lo definen en su naturaleza.
Qué tiene que ver esto con los autos? mucho. Porque mi conclusión después de mucho pensar en el tema es que los autos no forman parte de nuestra naturaleza como humanos. Si los humanos fueramos mascotas de otros seres más fuertes e inteligentes que nosotros, nuestros amos no pensarían siquiera en comprarnos un auto para que podamos expresar nuestra condición humana.
Afrotemos la realidad: los autos no son necesarios. La ropa es necesaria. Una casa es necesaria. Comer bien es necesario. Cultivar los gustos, aprender cosas nuevas, tener amistades. Esas son cosas necesarias.
Por supuesto que el agricultor que tiene su cosecha lista para ser llevada al mercado necesita un camión o algún medio de transporte eficiente para hacerlo. Y los niños que son llevados en el bus escolar todas las mañanas es también un movimiento de personas que requiere de algún medio de movimiento. Tal vez debería ser más específico: el auto de uso personal es innecesario. El manejar todos los días a la oficina por ejemplo es algo que hace un tremendo daño a la ciudad y por añadidura a todos.
No voy a referirme a los accidentes, que ya son una razón importante para evitar los autos particulares, ni tampoco a los atochamientos y al ruido que generan, al stress que significan, al costo de mantención, y muchos otros problemas que son inherentes al automóvil.
El auto tiene otros costos asociados que son mucho, mucho más graves. El auto nos impone un estilo de salud que a la larga es pobre. La gente ya se ha olvidado que la forma más natural de moverse de un lugar a otro es caminando, que si se asume como costumbre, es la mejor forma para mantenerse en un peso normal. Es algo evidente, pero las personas no parecen darse cuenta: el auto engorda.
La contribución del auto a la contaminación atmosférica es más reconocido, pero no por eso menos grave. El auto está en la base de la llamada "economía del petroleo", que ha sido la causante de la situación actual de gases con efecto invernadero, exceso de CO2 en la atmósfera y una contribución muy significativa al cambio climático. Y mientras esto sigue ocurriendo, seguimos usando el auto para todos nuestros movimientos.
La economía del petróleo por otra parte, tiene sus días contados. Yo espero verla desaparecer antes de desaparecer yo. En un horizonte de 30 o 40 años, los medios de energía con los que movemos las máquinas que a su vez nos mueven a nosotros, deberán ser reemplazados con otros que (todos tenemos la fé) sean más eficientes y más duraderos. Pero por ahora, tenemos que resignarnos a vivir en este mundo petrolizado y cuyas consecuencias son cosas tan cuestionables como las guerras de Irak, el ascenso del mundo árabe (rico en petroleo), Hugo Chávez, el cambio climático, por nombrar algunos.
Pero el petróleo se va a acabar, y muy pronto. Puede que se descubran otros yacimientos, pero es sólo una postergación de algo inevitable. Más aún si como indican las proyecciones, las demandas de energía son cada vez mayores, y los países se encuentran en dificultad para satisfacerla.
Y el auto? El auto como lo conocemos hoy también va a pasar a la historia. Es algo inevitable. Tal vez en el futuro no muy lejano se inventen nuevos tipos de autos, que funcionen con energía más limpia. Eso ya sería un avance. Pero dejaría sin solución un problema que afecta a muchas ciudades del mundo: ya no hay donde meter más autos de uso personal.
Roma es una ciudad bella, todos lo saben. Pero basta con salir del Foro Romano para encontrarse con calles atochadas de vehículos personales, y los autos estacionados construyen una fila perenne a lo largo de las veredas. Autos en doble fila, autos interrumpiendo el paso de peatones, autos por todas partes. Roma es un caso extremo. Pero es un vistazo a un futuro que nos espera en pocos años más, considerando que (crisis económica superada) más y más personas tendrán acceso a comprarse un auto de uso personal.
El auto tiene sus días contados. No es viable su crecimiento como bien de consumo en nuestras sociedades industrializadas y masificadas.
Entonces, si el destino está ya tan marcado, por qué no acelerar su desaparición?
Propongo el siguiente plan de acción:
1. No renovar nuestros autos. Cuando el auto de uso personal esté viejo, entregarlo a la chatarra y no comprar otro.
2. Convencer a todos nuestros amigos de lo anterior.
3. Iniciar una campaña internacional para que los gobiernos inviertan en sistemas de transporte público bueno, barato y eficiente. Sobretodo en trenes subterráneos, que son silenciosos y no afectan el espacio público en la superficie.
4. Construir más ciclovías y establecer incentivos estatales a la compra de bicicletas.
5. Obligar a los supermercados a tener servicios de envío a domicilio de las mercaderías. Algunos camiones de supermercados por las calles serían sólo un mal necesario (recordar que se trata de eliminar los autos de uso personal, no los de beneficio colectivo).
Yo invito a todos a sumarse a esta campaña.
Estoy seguro que nos hará más limpios, más saludables. Y más humanos.

Monday, November 02, 2009

Dolor en el parque

Luego de la maratón, de vuelta en el hotel, sentí frío. Sentí que mi cuerpo había quemado todas sus reservas de energía y que ahora era como una chimenea agotada, con cenizas inertes, sin nada más que quemar. Me di una ducha larga, tibia, que sin embargo no logró despertar los músculos de las piernas, que en pequeñas dosis anunciaban un dolor que me haría caminar con dificultad los días sucesivos.
Me vestí abrigado pensando en salir a caminar un poco por las calles de Amsterdam. De acuerdo a lo que había leido, es recomendable moverse luego de terminada una maratón, de tal forma que no sea tan brutal la diferencia entre el esfuerzo físico y el reposo.
Sin embargo, estaba brutalmente cansado. No en vano había corrido 42 km, una distancia que cabe expresar en cuatro caracteres, pero cuyas reales dimensiones desafían la imaginación de quien no lo ha hecho a pie, o corriendo.
Hasta la fecha yo había corrido sólo medias maratones. Una distancia (21km) que se me hacía larga, pero no imposible. Si el día está despejado y hay una buena temperatura, se puede considerar incluso un paseo agradable que tiene un inicio, un parte media y un final esforzado para conseguir un buen tiempo.
La maratón en cambio es otro cuento. No es el equivalente a dos medias maratones. Es más bien como una novela de 800 páginas con muchas historias dentro de la gran narración. Yo, como corredor aficionado, no puedo decir que la maratón que yo hice haya tenido un inicio, un desarrollo intermedio y un final.
En la habitación del hotel, tendido en la cama y vestido con ropas abrigadas para salir, pero ya entregándome a un sueño obligado, sentía como me caían en la memoria momentos del recorrido, sobre todo en los últimos 10km, cuando sentí que las piernas se negaban a seguir adelante.
Pensé también en el momento en que crucé el punto intermedio, y me di cuenta que cada paso que daba a partir de ese punto era un nuevo "record de distancia", una extensión que nunca antes había hecho en mi vida.
Hasta ese punto esta maratón fue como muchas otras carreras que he hecho. Los primeros kms me sentí bastante bien, e incluso consideré la posibilidad de hacer un tiempo más que aceptable, por debajo de las cuatro horas. En algún momento en torno al kilómetro 15 me encontré con los "conejos" de las cuatro horas, o sea, atletas que llevan globos que dicen "4:00" y que son los líderes del grupo de corredores que van por esa meta. Ellos me pasaron, con lo que deduzco que mi primer error fue partir demasiado rápido. Traté de seguirlos, pero en el km 18 me di cuenta de que mis fuerzas no me lo permitían, y que si empujaba demasiado para mantener el ritmo no terminaría la maratón.
A ese punto el recorrido nos sacó del centro de Amsterdam y nos llevó a un lugar bellísimo por las orillas del rio Amstel. Creo que fue el escenario más agradable de toda la carrera. Todo estaba ahí: el molino de viento (hecho rigurosamente de madera, lo que le daba además un aspecto de reliquia histórica), los tulipanes, los patos nadando en el río, las colinas suaves y ondulantes de un verde otoñal.
Al aproximarme a la mitad de la carrera, y con los conejos de las 4 horas ya fuera de mi rango de vista, comenzaron definitivamente las incomodidades musculares.
Recuerdo que en el liceo las pruebas de resistencia no superaban la media hora, y que aún considerando que a los 17 años uno debiera estar predispuesto a superar con éxito este tipo de pruebas, yo no tenía la condición física suficiente. En el kilómetro 23, imbuido en este tipo de pensamientos, me pregunté si lo que estaba haciendo ahora, cuando tengo más del doble de esa edad liceana, no sería una locura de la que tendría la oportunidad de arrepentirme.

"Yo soy un aficionado a correr, y nunca he pretendido ser más que eso", me respondía mientras miraba el reloj y veía que el cronómetro corría inclemente, también marcando tiempos a los que él nunca antes había llegado. Seguramente Abebe Bikila le daría una gran depresión si estuviera corriendo tan lento como yo, pero yo no soy él ni tampoco hago esto por ganarme la vida, sino como diversión. Pasarlo bien también es parte de la satisfacción, no sólo romperme las piernas para llegar a la meta con un tiempo decente.
En el kilómetro 30 recordé cuando había comenzado a correr con regularidad, en las frías calles de Wellington, hace diez años. En ese tiempo mi circuito era de sólo 3 kilómetros, que (admito) terminaba con dificultad. Desconocía todo sobre zapatillas de corredor o de técnicas de respiración. Volví a Santiago y corrí por Ñuñoa asiduamente, un recorrido de 5km seguido de una hora de gimnasio. Es tal vez la única vez en mi vida que realmente he entrenado bien, mezclando resistencia y potenciamiento muscular. Recordé que interrumpí esa preparación luego de llegado a Italia.
Y lo recordé con dolor. Un dolor que comenzaba en la cintura y se extendía como una cascada de espinas por las caderas y las piernas. Llegué al kilómetro 32 a la parte menos turística del recorrido por Amsterdam. Un sector industrial de avenidas anchas, ausente de grupos de apoyo que dieran ánimo a los solitarios corredores. Y donde todo lo que se escucha son los pasos de los otros atletas. Las zapatillas de cientos de personas sobre el asfalto, cada uno en su propio empeño. Y sus quejidos de esfuerzo.
Decidí no hacerme el valiente y pare varias veces a elongar. Debo haber tenido una expresión de mucho dolor, porque en una de esas un tipo que iba pasando me preguntó en inglés si estaba bien, y después me ofreció una galleta de un paquete del que él estaba comiendo. Decliné la oferta de galletas, y me puse de nuevo en marcha.
Hasta ese momento había reinado un clima agradable, con bastante sol y con temperaturas ideales para correr, en torno a los 15°. Sin embargo, cuando mi cansado cronómetro marcaba más de tres horas y media, y con aún diez kilómetros por delante, el cielo comenzó a nublarse y la temperatura comenzó a caer.
Tendido en la cama del hotel, y ya recuperando el calor que me invitaba a abandonarme al sueño, recordé los últimos kilómetros. Mucho se habla de la "muralla" de los 30 km, como un límite que algunos no pueden superar. Como si la condición humana no permitiera ir más allá, y sólo un entrenamiento constante pudiera superar esa pared que nos impone nuestra naturaleza.
Para mi en cambio fue más bien como una lenta agonía, que fue haciéndose más lenta a medida que me aproximada a la meta en el estadio olímpico de Amsterdam. Los últimos kilómetros son una prueba de orgullo, fortaleza y capacidad de seguir adelante. En el kilómetro 38 se entra en una zona bellísima, en el VondelPark, que es un parque tan bien cuidado que es realmente un lugar ideal para correr. Pero yo estaba a punto de caer de cansancio, las piernas no me respondían y tenía que parar cada 800 metros para elongar. Ya ni siquiera traspiraba. Estaba como detenido en el tiempo, como luchando contra una corriente en un río que me empujaba hacia atrás todo el tiempo. Esa fue mi "muralla". En un momento sentí el miedo de no ser capaz de terminar la maratón. Pero el miedo se disipó rápidamente cuando pensé que sólo me quedaban algunos kilómetros, y sobre todo pensando en todo lo que ya había corrido, que después de 38 kms no podía abandonar.
Empujé a través del parque con lo poco que me quedaba de elasticidad muscular. Las piernas no me permitían dar grandes zancadas, así que avancé a un paso lentísimo hasta salir del parque y enfrentar los últimos 1500 metros. Ya era un terreno conocido. Podía adivinar dónde estaba el estadio y me di cuenta de que ya quedaba muy poco, y amaneció en mi la seguridad de que iba a terminar la maratón, de que había un fin a esta agonía.
Miré el reloj. Marcaba cuatro horas y treinta y cinco minutos. Me propuse terminar con cierta dignidad y cruzar la meta corriendo, aunque fuera a un paso lento, casi como una caminata rápida. Lento, muy lento. Luego mirando la excelente información que proporciona la organización de la Maratón, pude ver que esos últimos pasos los hice en el tiempo más lento en que he corrido jamás: 18 minutos para dos kilómetros.
En ese momento no me importó ni me di cuenta. Porque realmente iba lo más rápido que podía, y porque no me quedaban más fuerzas para dejar en el asfalto que pisaba. Un pie delante del otro. Y así sucesivamente.
De pronto, el estadio apareció frente a mi. Entré con ese ritmo lento pero constante, y corrí los últimos 200 metros con un gran dolor que me apretaba la cintura y las piernas.
Crucé la meta luego de cuatro horas y cuarenta y seis minutos de esfuerzo, con un cansancio profundo que finalmente desahogué con los brazos arriba, y con ganas de llorar de la emoción de haber hecho lo que hice, correr una maratón, una distancia absurda, con murallas sicológicas que hacen a muchos abandonar la carrera, de un temor genético a ir más allá de las propias capacidades. Mentiría di dijera que nunca tuve miedo. Porque lo tuve. Sin embargo, yo estuve ahí, traté de hacerlo y bien o mal, lento o rápido, lo hice.
Con ese nudo en la garganta, y rindiéndome finalmente al cansancio dulce, me quedé dormido.