Los chilenos tal vez somos extremadamente crueles con nuestro propio país. Tal vez demasiado. Como un amor abusivo, no nos hartamos de humillar a la tierra que nos vio nacer, de apocarla, de decir que en otras partes es mejor, que no tenemos cocina ni cultura, que el aire huele mal y que nos creemos lo que no somos. Somos asiduos practicantes de este deporte de auto flagelo. Yo mismo estoy en este grupo, y este blog es prueba de ello.
Por eso me preguntaba el otro día si sería posible construir un blog con cosas positivas sobre el país. Dos ideas se me ocurrieron que saboteaban su éxito. En primer lugar, y por tontas razones de linea editorial, tal vez tendría que abrir otro blog, como para consolidar en el hiperespacio esta enfermedad nacional de la hipocresía dos caras. Yo y mi otro yo sabían que no lo haría. Ya ralean los posts en este blog, menos iba a abrir otro. En segundo lugar, pensé que el blog positivo sobre Chile sería fome, algo así como una canción de Alberto Plaza o un libro de Isabel Allende, donde los dramas están entre algodones y frases hechas. Como para caer en un desfile sin fin de cursilerías sobre la cordillera y los lagos del sur. O sobre la mujer chilena o sobre lo honestos que son los carabineros.
Pero vuelvo a la idea original: Chile es un país complejo, de luces y sombras. De eso no cabe duda. Y de pronto pienso en esos brochazos de filosofía griega aprendida en alguna de las tantas aulas asistidas, y recuerdo esa vieja distinción entre lo que se es y lo que se puede llegar a ser en potencia. O sea, sin abandonar mis inclinaciones críticas, pasar de escribir sobre las cosas malas de Chile sobre lo bueno que podría llegar a ser.
Qué puede ser Chile en potencia, cuáles son sus capacidades inaprovechadas? todos los países tienen sus límites, impuestos por la lejanía, por su cultura, por su historia, por sus costumbres y sus modos. El gobierno actual en Chile bota diariamente por la borda sobre el ancho Océano Pacífico las oportunidades y las potencialidades que tenemos los chilenos. Para que la corriente de Humboldt se las lleve para otra parte. Nuestra oportunidad de ser un país culto, por ejemplo.
Como quiero escribir algo positivo, no voy a empezar a decir lo que hay que destruir para construir algo bueno. No voy a decir que habría que demoler por lo menos la mitad de los malls, que habría que proteger las bibliotecas públicas y los negocios de la esquina, crear créditos para los pequeños comerciantes, darle más capacidad a la vida de barrio, tratar de contrapesar la cultura farandulera, eliminar para siempre los lugares comunes y la chabacanería. Porque no quiero ser negativo y decir que la cultura NO es tipos en zancos, ni es tener mimos en las plazas, ni siquiera es necesariamente más gente que va al Teatro Municipal. Es una forma de ver las cosas, valorar el ser mejor, atreverse a ser intelectualmente humilde, tener la curiosidad por conocer algo más que lo último que dijo la bataclana del momento. Bueno, no quería decirlo, pero lo dije.
No importa. Como contraste sirve. Destruir para construir, como dijo Sócrates. Pienso en el Chile donde creció Neruda, un país mucho más pobre que el actual, y con muchos defectos, pero donde un poeta no era un loco que habla solo en la esquina, donde lo que se decía no daba lo mismo. Donde las palabras no habían perdido el sentido, como hoy. Donde la política no consiste en gritarse insultos mientras los míos aprovechan el pánico apropiandose de los despojos fiscales, con arrogancia de patrón de fundo, de dueño de encomienda, de conquistador que mira desde arriba del caballo, o desde arriba del cargo público obtenido sin más mérito que la cuota política.
Yo creo que al final todo se reduce un poco a decidirnos de una vez por todas a ser sinceros con nosotros mismos. Somos poco pero queremos ser más. Y aquí tal vez deberíamos hacer un acto de fe: tenemos que creer a ciegas que Chile puede ser mucho más de lo que es ahora. Que la falta de liderazgo del gobierno y la pobreza actual de la vida pública no son suficientes para apagar las ganas de ser más de la gente. Que si surgiera un nuevo Roberto Bolaño entre los escritores, no tendría que irse a vivir a Barcelona para escribir tranquilo. Un país donde la belleza de las ciudades se persiga con el mismo interés que la variación de la tasa de interés del Banco Central. Donde no exista temor a tomar decisiones difíciles. Donde los grandes relatos, un nuevo gran relato sobre el futuro de Chile, vuelva a encantar a los chilenos, y les de un sentido más alto y puro al hecho de ser de este país y de quererlo bien, con sus virtudes y defectos. Es mucho pedir?
Por eso me preguntaba el otro día si sería posible construir un blog con cosas positivas sobre el país. Dos ideas se me ocurrieron que saboteaban su éxito. En primer lugar, y por tontas razones de linea editorial, tal vez tendría que abrir otro blog, como para consolidar en el hiperespacio esta enfermedad nacional de la hipocresía dos caras. Yo y mi otro yo sabían que no lo haría. Ya ralean los posts en este blog, menos iba a abrir otro. En segundo lugar, pensé que el blog positivo sobre Chile sería fome, algo así como una canción de Alberto Plaza o un libro de Isabel Allende, donde los dramas están entre algodones y frases hechas. Como para caer en un desfile sin fin de cursilerías sobre la cordillera y los lagos del sur. O sobre la mujer chilena o sobre lo honestos que son los carabineros.
Pero vuelvo a la idea original: Chile es un país complejo, de luces y sombras. De eso no cabe duda. Y de pronto pienso en esos brochazos de filosofía griega aprendida en alguna de las tantas aulas asistidas, y recuerdo esa vieja distinción entre lo que se es y lo que se puede llegar a ser en potencia. O sea, sin abandonar mis inclinaciones críticas, pasar de escribir sobre las cosas malas de Chile sobre lo bueno que podría llegar a ser.
Qué puede ser Chile en potencia, cuáles son sus capacidades inaprovechadas? todos los países tienen sus límites, impuestos por la lejanía, por su cultura, por su historia, por sus costumbres y sus modos. El gobierno actual en Chile bota diariamente por la borda sobre el ancho Océano Pacífico las oportunidades y las potencialidades que tenemos los chilenos. Para que la corriente de Humboldt se las lleve para otra parte. Nuestra oportunidad de ser un país culto, por ejemplo.
Como quiero escribir algo positivo, no voy a empezar a decir lo que hay que destruir para construir algo bueno. No voy a decir que habría que demoler por lo menos la mitad de los malls, que habría que proteger las bibliotecas públicas y los negocios de la esquina, crear créditos para los pequeños comerciantes, darle más capacidad a la vida de barrio, tratar de contrapesar la cultura farandulera, eliminar para siempre los lugares comunes y la chabacanería. Porque no quiero ser negativo y decir que la cultura NO es tipos en zancos, ni es tener mimos en las plazas, ni siquiera es necesariamente más gente que va al Teatro Municipal. Es una forma de ver las cosas, valorar el ser mejor, atreverse a ser intelectualmente humilde, tener la curiosidad por conocer algo más que lo último que dijo la bataclana del momento. Bueno, no quería decirlo, pero lo dije.
No importa. Como contraste sirve. Destruir para construir, como dijo Sócrates. Pienso en el Chile donde creció Neruda, un país mucho más pobre que el actual, y con muchos defectos, pero donde un poeta no era un loco que habla solo en la esquina, donde lo que se decía no daba lo mismo. Donde las palabras no habían perdido el sentido, como hoy. Donde la política no consiste en gritarse insultos mientras los míos aprovechan el pánico apropiandose de los despojos fiscales, con arrogancia de patrón de fundo, de dueño de encomienda, de conquistador que mira desde arriba del caballo, o desde arriba del cargo público obtenido sin más mérito que la cuota política.
Yo creo que al final todo se reduce un poco a decidirnos de una vez por todas a ser sinceros con nosotros mismos. Somos poco pero queremos ser más. Y aquí tal vez deberíamos hacer un acto de fe: tenemos que creer a ciegas que Chile puede ser mucho más de lo que es ahora. Que la falta de liderazgo del gobierno y la pobreza actual de la vida pública no son suficientes para apagar las ganas de ser más de la gente. Que si surgiera un nuevo Roberto Bolaño entre los escritores, no tendría que irse a vivir a Barcelona para escribir tranquilo. Un país donde la belleza de las ciudades se persiga con el mismo interés que la variación de la tasa de interés del Banco Central. Donde no exista temor a tomar decisiones difíciles. Donde los grandes relatos, un nuevo gran relato sobre el futuro de Chile, vuelva a encantar a los chilenos, y les de un sentido más alto y puro al hecho de ser de este país y de quererlo bien, con sus virtudes y defectos. Es mucho pedir?