Tuesday, June 26, 2007

Visita al Sur de Italia. Tercera Parte (y final).

Salir de Sorrento fue una experiencia extraña. La península amalfitana parece un apéndice sacado de otro país, bello en su verdor vegetal, limpio en su azul oceánico. Parece que alguien lo hubiera arrancado de su origen paradisíaco y se lo hubiera clavado como una rama de romero en la costa de la Campania.


Lo que se ve de inmediato luego de salir de la península es algo que el turismo italiano ha logrado ocultar bastante bien. Después de la belleza que dejábamos atrás, de pronto todo estaba invadido por la monotonía de casas sociales y bloques de departamento construidos a la ligera, sin consideración estética alguna, el sol que invade todo y que no deja nada a la imaginación, y el Vesubio que reina en su majestuosidad egoísta.


La entrada a Nápoles me recordó el barrio de la Estación Central en Santiago. Un empedrado irregular cruzado por líneas de tranvía que no sé si aún corren, ni a dónde van, grandes letreros de publicidad que no se han renovado en años, y donde los habitantes locales se han expresado con graffitis o simplemente arrancándole a girones el papel. Gente que cruza la calle sin apuro ni destino aparente, mientras unos pocos barcos semi-abandonados se mecen somnolientos en las olas, esperando una carga que no llega nunca.


El hotel donde nos alojamos está en el centro mismo de la ciudad. Salimos a caminar. Era un domingo y como en muchas otras ciudades, las calles se veían vacías. Buscábamos un lugar donde almorzar. Sin embargo Nápoles no es un lugar apetitoso, especialmente por la presencia constante de la basura, que está en todas partes. Donde uno vaya, montones de basura acumulados, que en algunos casos son cerros en donde bolsas plásticas, cartones, botellas y desechos vegetales se mezclan en un solo color, en un solo olor: el de la inmundicia.


Contrariando mis principios y mis gustos, almorzamos en un McDonalds, que muy a mi pesar parecía el único lugar con un mínimo estándar de sanidad. A juzgar por la gente que se veía en la calle, muchos también recurrían a la comida rápida con bastante frecuencia, porque la obesidad es algo muy patente en Nápoles. Niños y adultos, la evidente sobreingesta de calorías y grasas es de un nivel asombroso. A estas alturas, Roma me parecía un paraíso lejano y borroso.


Finalmente luego de mucho caminar dimos con lo que se podría llamar el centro cívico de la ciudad. En la plaza central, llamada piazza del Plebiscito, están los principales edificios de administración de la ciudad. No deja de llamar la atención lo monumental de la plaza, la majestuosidad de los edificios que la rodean.
El mar está a la vuelta de la esquina. Hay un bellísimo paseo peatonal que permite ver el mar milenario, tan lleno de historia y donde por miles de años la ciudad ha presenciado las infinitas formas de esta existencia terrena.
Nápoles sorprende: a pesar de las primeras impresiones de la basura y la falta de higiene, es imposible ocultar que la ciudad fue un lugar de gran apogeo cultural y arquitectónico. Sin planearlo llegamos al Castello Dell'Ovo, construcción centenaria que parece una cárcel, hecha de un ladrillo tosco, pero de gran belleza. El lugar está dominado por el turismo, lleno de restaurantes.
Al día siguiente, un lunes, tuve la oportunidad de ver a la ciudad en plena actividad. En efecto, comprobé lo que me temía, es decir, el caos y el ruido de una ciudad agresiva dominan todo. El par de actividades que tenía esa mañana estaban a una distancia caminable desde el hotel, así que me fui por mi propia cuenta y riesgo, premunido de un mapa facilitado por el hotel. Un par de veces me vi obligado a pedir instrucciones en la calle, y la gente me pareció bastante menos amable (por no decir más agresiva) que en Roma. Tal vez esa es la consecuencia de tantos años de mafia y de desprotección frente a los grupos organizados, ese temor atávico que se disfraza de agresión y de esa actitud "menefreguista" como dicen en Italia.
El mismo día lunes salí de Nápoles, un poco defraudado por el espectáculo del desaseo y de la lenidad de sus habitantes. Manejando el auto hacia las afueras de la ciudad, en un caos de tránsito descomunal, donde las normas parecen entregadas a la oportunidad y la voluntad de los conductores, vi barrios sacados de ciudades tercermundistas, barriadas que no se dirían de un país G-8. Y la basura, por todas partes cerros y cerros de basura.
Semanas después un amigo me contó que había recorrido Nápoles con una guía, que lo llevó a todos los lugares históricos que había que conocer. Volvió encantado, relatando una historia bastante distinta a la que yo tuve. Tal vez la ciudad tiene esa atracción, donde el dramatismo sobrecoge, donde la fealdad es tan rotunda que atrae, y donde la gente vive en los confines del caos social.

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