Wednesday, June 04, 2008

Borracheras

Una vez en Punta Arenas tuve el privilegio de escuchar a un cómico local que hizo una hilarante rutina sobre los borrachos. Casi un monólogo filosófico, el cómico tenía la gracia de hacer reir desde su seriedad y con frases rotundas y redondas que caían como mazazos de ironía sobre los que lo escuchábamos. Una de las cosas que dijo fue cómo la borrachera es el estado más democrático de todos.


Claro, todos somos igualmente borrachos cuando nos emborrachamos. Todos son más amigos, más amistosos. Importa menos de dónde uno sea, cuánta sangre europea corra por nuestras venas o cuántos ceros tengamos la cuenta corriente. Los borrachos empiezan a recordar las cosas buenas, y si se acuerdan de las malas, es para sanar la herida abierta, enfrentando con la verdad el daño hecho, y con palabras soeces y puñetes al aire, pero siempre terminando en lágrimas de arrepentimiento y perdón.


Es como cuando un borracho entra en un bar, lleno de gente sobria. Todo el mundo le hace el quite, todos miran para otro lado, esperando que el borracho se vaya pronto, casi como si fuera un leproso. Qué distinto es a la inversa, cuando un sobrio entra a un bar de borrachos! dijo el cómico puntarenense. Los borrachos al ver al sobrio lo acogen con bromas, lo invitan a tomar y a integrarse, hasta es probable que no lo dejen pagar, y terminen todos debajo de las mesas durmiendo la mona. Los borrachos son una raza bastante más amigable que los sobrios.

Se puede hechar a la broma, pero por supuesto (caigamos sin asco en lo políticamente correcto) el abuso del alcohol es un problema. Sobre todo en la juventud de Chile, que tiene acceso casi ilimitado a vino, cerveza y pisco que comprado en botillerías puede obtenerse con una mesada de adolescente promedio, y hasta quedarse con plata para la micro.

Este problema no es de hoy. Cuando yo era estudiante secundario a fines de los ochenta, amigos míos tenían ya una afición desmedida por tomar todo lo que oliera a alcohol. Muy populares eran las petacas, que por ser más pequeñas eran más baratas. Aunque fueran una preparación que difícilmente se podría distinguir de un perfume barato al paladar. Un amigo mío (que luego enmendó el rumbo y se convirtió en un responsable profesional de las comunicaciones) se enfilaba una de estas petacas en el bolsillo interior de la chaqueta del colegio, y en una contorsión que desde lejos parecía un gesto de dolor, inclinaba la cabeza donde tenía una bombilla que emergía de dentro de su chaqueta, y que lo conectaba con la famosa petaquita y su contenido alcohólico. Un genio.

Pero casi nunca era así. Casi sin excepción el trago era un motivo de sociabilidad, de jóvenes que buscaban en una experiencia nueva y fácil, una aventura de la que recordarían poco. Como para adormecer el paso del tiempo que en los adolescentes es tan implacable. Seguramente el alcohol nos hizo más amigos de nuestros amigos, como diría el cómico sureño. Y nos enseñó que uno puede reír también de las cosas que hizo y que prefiere no volver a hacer.

No comments: