Friday, August 21, 2009

Mi vida como escritor

Uno puede escribir una frase, una lista de supermercado, un poema incluso, pero eso no lo convierte en escritor. Parece que hay un umbral mágico que se cruza en un momento que nadie puede realmente situar con exactitud, y que transforma la costrumbre de escribir en una actividad que termina por definir al que la hace. Un escritor escribe. Publica sus libros y escritos? no necesariamente, aunque ayuda, porque la definición de un escritor es al fin social, propiedad de los pares, que dicen "ése es un escritor". Ni siquiera tiene que ser tan prolífico, también se puede escribir poco e incluso muy poco, como Juan Rulfo, que con dos libritos como obra completa ocupa un lugar destacado en la literatura contemporanea. Por lo que se ve en las librerías y en los títulos de superventa, tampoco se necesita ser tan inteligente para ser (considerado) escritor.
Yo por ejemplo no lo soy. Soy el no-escritor que escribe este blog. Soy el no-escritor que escribe informes. Soy el no-escritor que escribe canciones y algunas veces poemas. Y cuando pienso en qué me falta para sentir que soy un escritor, me doy cuenta que la respuesta es relativamente sencilla: no soy escritor porque no defino mi vida en torno a la actividad de escribir. Mi bien admirado Roberto Bolaño hizo muchas cosas en su vida. Pero poca duda cabe de que hasta en sus actividades más excéntricas y humillantes, nunca dejó de pensar que el centro de su vida era la literatura, la poesía en un comienzo y la novela después, pero el enfrentamiento con la hoja en blanco era el ring en donde siempre se batió a duelo con su posteridad, el esgrima de su legado que hoy podemos leer y releer con regocijo.
Pero yo no. Yo soy un no-escritor de recreo, de lecturas de autobus y de cortejos efímeros con historias que nunca llegan a llenar páginas, o que si llegan a plasmarse en tinta y celulosa, lo hacen en papeles sueltos, que se pierden en el tiempo, en las mudanzas, coladas en la basura o material para anotar un número de teléfono de alguien a quien ya olvidé. Nada se ha perdido verdaderamente. Porque si hubiera llevado una idea a buen fin, con la palabra FIN en el fin, estoy seguro que lo habría guardado en un lugar fresco y seco, cobijado de los accidentes de la vida de todos los días y se lo habría enseñado a alguien especial en un momento en que quisiera abrirme y mostrar mi mejor perfil, una gracia oculta en la superficie.
Y a pesar de todo, en el fondo lamento no poder recuperar, esas obras incompletas, que son fogonazos de lo que pude hacer con un poco más de tenacidad y dedicación. De alguna forma esa vida paralela que nunca fue me ha acompañado toda la vida, como una sombra que nunca se materializa, como la "negra espalda del tiempo", que no es ni será nunca, pero que siempre está en el borde de lo que podría haber sido. Ese yo que no soy yo debe aceptar que los retazos de escritura que he producido en mi vida se han perdido para siempre.
Porque en el fondo creo que me habría gustado ser escritor. Vivir de historias inventadas, escritas a las 10am con un café y sin otro requisito que quedar conforme con uno mismo. Las historias están por todas partes, y sería cosa de salir a atraparlas y almacenarlas como una estantería de cosas bellamente inútiles.
Y algún intento hice, aunque en el momento no me daba cuenta de que se trataba de algo que, de haber persistido como oficio y no sólo como pasatiempo, podría haber marcado el camino hacia un oficio, hacia una forma de ganarse la vida, hacia una forma de vida tan distinta a la que finalmente tengo. Recuerdo que cuando tenía once o doce años escribí una historia que trataba de imitar las novelas de aventura que entonces podría haber leído. Un amigo, de quien tengo un vaguísimo recuerdo, me seguía los talones y escribía su propia historia de aventuras. También es muy posible que yo lo hubiera imitado a él, y no al revés como preferiría mi ego. Mi historia era sobre un hombre común y corriente que viajaba en tren, peleaba, y se movía de un lado a otro siguiendo las joyas de una corona, muy al estilo de los tres mosqueteros, cuya existencia yo conocía a través de los cómics que había en mi casa. La historia como resultado era un ramillete de ideas y lugares comunes que no hacían sino hacer mi debut literario como un esfuerzo que más bien valía la pena olvidar, y menos mal que así fue, ya que las cuartillas se perdieron para siempre luego de todos estos años.
Luego con el tiempo tuve muchos otros intentos por colarme a la mala entre los escritores que merecían ser tomados por tales. Mi falta de claridad en las historias y mi abusivo uso de los adjetivos unido a mi admiración por los paisajes y la belleza de la naturaleza, me empujaron constantemente hacia la prosa poética, donde dije muchas cosas y nada al mismo tiempo. mis ideas se hicieron un poco más elaboradas, y pensé que tenía entre manos una historia buena para escribir. Incluso ideé algunas historias que podrían eventualmente haberse transformado en cuentos. Se quedaron (qué sorpresa!) en la caja de lo no realizado, y que como idea no ha desaparecido, pero que por su estrecha unión con un tiempo de mi vida del cual no queda nada, las condena a seguir siendo eso, ideas que no tuvieron desarrollo y que han quedado condenadas como un zancudos prehistóricos en el ámbar del tiempo.
De esas ideas recuerdo pocas. Pero una sí la recuerdo. Creo que no escribí más de una página, luego de lo cual caí de bruces con las zancadillas de los lugares comunes (los matones de siempre de mi barrio literario), y me retiré humilládo del cuadrilátero de papel con la autoestima astillada como la punta de mi lápiz bic.
Resumirla aquí es trivial, pero sirve de ilustración: Se trataba de una escritora que tipeaba todas las noches sus escritos (probablemente historias, no me acuerdo tan bien), y se quedaba hasta tardísimo en esta dedicación. En la habitación contigua vivía un tipo que escuchaba el tictac sin fin de la máquina de escribir, llevándolo hasta la locura. En algún momento de delirio el hombre del lado cree poder entender lo que escribe la ruidosa vecina, sólo por el sonido de los tipos contra el rodillo. Y lo que hasta entonces era una molestia se transforma para él en una especie de radioteatro de lo insólito. Entretanto, la escritora de los tipeos parlanchines vive en una pensión con un hato de abuelitas que lloran cada noche la telenovela de turno, aceptando sin mayor exigencia la truculenta trama. La escritora las desprecia en parte, pero acepta ser testigo de esta costumbre de todas las noches después de la cena. El final de la historia se me escapa ahora, pero tenía algo que ver con una conversación entre la escritora y el vecino (con palabras moduladas con el aparato buco-faríngeo esta vez y no en el idioma de las máquinas de escribir, qué absurdo!), en que ella salía muy complicada y hasta herida de los comentarios de su único (por qué único?) lector-auditor, y simplemente se unía triste al grupo de ancianas que lloraban la teleserie. La historia es extraña y llena de vacíos, pero esto es una reconstrucción de muchos años después.
Para qué negar que la sombra de lo que no he sido, este estado de escritor que nadie me pide que sea, me sigue fiel en todo momento, como una cuerda atada a un pie, y que arrastro inexorablemente, aunque reniege tres y mil veces de ella. Y que me llama y me pide atención como los cordones desechos de un zapato.
Admiro a los boxeadores que practican sus gestos púgiles con su sombra. En la rapidez de sus upper-cuts y de sus jabs, logran adelantarse a ella y transitar de un mundo a otro, a interactuar con la sombra, con el dios de lo que no ha sido y que nunca será. Yo quisiera ser como ellos, y satisfacer el acoso que esta sombra me impone desde tantos años y que no me abandonoa, y que pueden pasar años, pero siempre vuelve como un gato que de alguna forma siempre encuentra el camino a casa, y que en su cara felina inexpresiva caben todas las expresiones, como un espejo donde uno se refleja, y donde lo que se ve no es lo que se es sino lo que se podría ser, la maravilla de transformar una historia en algo vivo, una página en blanco en un corazón palpitante, una sombra antigua en una luz que ilumine un camino nuevo de mi propia vida.

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