Monday, September 04, 2006

El inicio de mi carrera artística

Y algún día tenía que pasar. Finalmente mi banda tocó en público, si bien en un acto de colegio, muy de bajo perfil, había alrededor de 200 personas. Todos mis compañeros estaban sobreexcitados. Sólo los días anteriores, en nuestras conversaciones previas, supe que sólo uno de los cinco tenía más de una presentación pública en el cuerpo. Y no era yo.
El programa (convenientemente negociado por nuestro baterista) decía que nosotros abríamos un show que contendría unas 8 bandas, todas las cuales compuestas por alumnos del colegio. Menos nosotros claro, que ya llevamos unas buenas temporadas como egresados de la enseñanza media.
El pánico cundió en la banda al asumir que los jóvenes eran genios talentosos, que nos iban a dejar en ridículo. Si tocábamos primero (razonábamos en emails los días previos), al menos podríamos huir entre los abucheos correspondientes, tal vez dejando atrás toda dignidad, pero salvando la integridad física.
En esas condiciones nos juntamos a ensayar algunas horas antes del concierto. El ensayo estuvo plagado de errores, discusiones, tensión. El segundo guitarrista venía llegando de un viaje y estaba con un jetlag que se le notaba en la cara (no tanto en los dedos, por suerte). Pero ya era tarde para echar pié atrás, así que nos encomendamos a todos los santos (ya que hasta donde sé, los rockeros no tienen aún un patrono) y metimos los instrumentos al auto y partimos.
Yo me había logrado escapar de la oficina, con el costo de no haber almorzado. Estaba con un hambre que me apretaba el estómago. A la salida del salón donde tocábamos había un puestito donde dos niñitas escolares que trataban por todos los medios de parecer adolescentes vendían comida chatarra en bolsa. Me engullí dos paquetes de lo que en mi época se llamaban Chesters, reinventados para una nueva generación. Nuevo nombre, mismo sabor, misma saturación de grasas indigeribles.
Con ese nivel de lípidos en el sistema, ya todo me parecía fácil de hacer. El baterista, hecho un nudo de nervios, me dijo en un momento que lo más digno era decir que uno de los integrantes se había enfermado repentinamente y que mejor nos retirábamos antes del superlativo ridículo que estábamos apunto de autoinferirnos. Tomó un poco de esfuerzo convencerlo de que nos quedáramos. Por suerte empezaron a ofrecer copas de vino para los apoderados. A quinientos pesos el vaso, podría haber complementado perfectamente la dosis de grasas ingerida, pero tuvimos que pasar a la prueba de sonido.
Y aquí tuvo lugar el momento mágico. La epifanía. Con muy buenos amplificadores, en una sala de buena acústica, nos pidieron que tocáramos algo. "Cualquier cosa" dijo el tipo detrás de la mesa mezcladora. Escogimos la primera canción que teníamos para el repertorio. El primer acorde sonó tan bien, tan profesional, tan lleno, que yo sentí que los siete temas que habíamos preparado nos iban a quedar cortos.
La gente iba llegando de a poco. Muy de a poco. Dos estudiantes vestidos con ternos que les quedaban grandes fueron al escenario y trataron de entretener al escaso público. En ese momento la excitación nos hizo decidir subir al escenario y tocar lo antes posible. El guitarrista con jetlag y el baterista enervado hacían presión para que partieramos de una vez. Por último si nos iba mal, argumentaban, las 20 personas presentes no eran suficientes para conformar una turba linchadora. Nos defenderíamos.
Así lo hicimos. Hablamos con los púberes presentadores y luego de unos minutos, Fuimos detras del escenario, donde una cortina ocultaba nuestros nerviosos preparativos. Finalmente nos anunciaron. "Con ustedes... Viejos y Mañosos!!!". Para mi sorpresa, en esos minutos (que tal vez fueron más de lo que yo podía darme cuenta) el salón empezó a llenarse, y ya se podía decir que había una "audiencia".
Aquí una disgresión para los que nunca han estado en una situación así: de noche, con iluminación directa, la luz que ilumina al artista le da en la cara, por lo que está casi totalmente encandilado para ver más allá del escenario. Lo que se veía eran las siluetas de cabezas que conversaban y que llenaban ese espacio informe y oscuro para el cual estábamos tocando.
La primera canción (que sabíamos que sonaba bien) salió perfecta, pero hasta que el último acorde empezó a apagarse, era como un ensayo más.... hasta que cayeron los aplausos y las demostraciones espontáneas de que la cosa estaba gustando.
El resto del repertorio fue como un continuo del cual no me acuerdo mucho. Salió todo a pedir de boca, con un par de errores, pero que probablemente sólo nosotros pudimos notar. Y las ovaciones no se dejaban esperar. De hecho por ahí por la cuarta canción la gente coreaba "otra, otra". De potencial turba pasaron a ser "nuestro amado público".
Cuando se acabó y tuvimos que dar paso a la banda siguiente nos picaban las manos por seguir. Tomamos nuestros instrumentos, amplificadores, y nos fuimos, ya mezclados entre el público. Todos sonreían. Todos los sueños de adolescentes de tocar como los ídolos, las ganas de tener el talento de los grandes, de dedicarse a la música y a los escenarios se reflejaban en esa sonrisa. Aunque fuera en un oscuro salón de colegio, con familias que no sabían mucho lo que estaban escuchando. Pero nos veían partir como los que tocaron y sonaron bien, los que hicieron canciones a partir de notas bien puestas en un tiempo armonioso. Los músicos se retiraban. Aficionados, pero músicos al fin.

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