Wednesday, April 12, 2006

Santiago bipolar

Yo nací en Santiago. Debo decir eso de entrada como un certificado para expresar lo bueno y lo malo de mi lugar de origen, y sin importar lo justo o injusto que sea mi visión, negativa o positiva. Una vez vi una entrevista a Alejandro Jodorowsky, que ahora está tan de moda con sus charlas motivacionales, que de paso debo decir, lo acerca más a un charlatán mediatico que al artista innovador que siempre he pensado que es. Bueno, en esa entrevista le preguntaban por qué había vuelto a Chile, después de tanto tiempo en México y otros países, donde ya había echado raíces. Su respuesta aún me parece llena de sentido. Dijo que lo hacía porque de alguna forma él se debía a Chile. Porque Santiago había formado su forma de ser, porque ese imaginario que se cataliza en la juventud y que probablemente nunca cambia, fue moldeado entre Providencia y el centro, entre Mapocho y Ñuñoa.

Habiendo dejado bien en claro que me considero con licencia ilimitada para adular y malhablar mi propia ciudad (de igual forma pienso que tienen que irse con cuidado aquellos que no son de aquí al momento de criticar - sorry), quiero decir que Santiago es una ciudad bipolar, en muchos sentidos.

Santiago tiene una pobreza que apenas puede ocultar. Basta salir un poco de los barrios más ricos para darse cuenta de que la gente vive una vida de gran esfuerzo para tener lo mínimo. Esta existencia basada en el rigor dio lugar desde siempre a una cultura de supervivencia, donde el más buscón encontraba formas -a veces ilegales- para zafarse un poco de las apreturas de la pobreza. Algo de eso todavía se ve en los sectores más populares, como el barrio estación central, donde las relaciones sociales están tan llenas de peligros como de sorpresas. Todo se pone más aburrido a medida que uno va "subiendo" en dirección a la cordillera. Todo está más regulado, todo es más limpio, todo se ve y huele a un país diferente. Una canción de la época de la dictadura hablaba de estos contrastes y usaba como ejemplo la avenida Américo Vespucio, que recorre todo Santiago como una especie de anillo que atraviesa todas las periferias. La canción repetía en el coro: "la circunvalación Américo Vespucio/ tiene barrios limpios/ tiene barrios sucios".

Lo bipolar entonces no es sólo medido en términos de dinero: es también cultural. Y aquí es más bien multipolar, porque existen una serie de sub-sociedades que tienen códigos propios, que tienen vidas distintas, aunque no sea tan fácil diferenciarlas a primera vista. Las realidades económicas ciertamente imponen una forma de vida diversa, y las personas que hayan estado en Chile pueden darse cuenta de los diferentes acentos que incluso dan una señal sobre el origen social de una persona. Y como una presencia silenciosa, la gran clase media es una mezcla de todo, y por lo mismo es el promedio de las diversas realidades que se viven en la ciudad y en el país. Es como la gente sin marcas sociales, sin nada que las delate, sin extremos. Yo creo que yo soy uno de ellos.

Santiago no tiene mar. Y probablemente en los sueños de los santiaguinos está la imposible aspiración (cercenada muchos años atrás, con la fundación de la ciudad en el valle del Mapocho) de vivir cerca del mar, aunque en realidad no lo conocen bien, más bien es la relación temerosa a lo ignoto, la fascinación por el fuego que atrae y que abrasa. Esto va más allá de Santiago, y define una de los rasgos de Chile: el querer ser lo que no se es, y fracasar siempre en el intento. La mentalidad chilena es fuerte, tan fuerte que convierte al gen arribista que todos los nacidos en esta tierra tenemos en nuestras células en gen recesivo. Para bien o para mal, no podemos dejar de ser chilenos, aunque queramos.

Santiago es plano como tabla pero enfrenta una cordillera de alturas absolutas, casi intimidantes. El valle entre cordillera y mar es un justo medio entre los elementos, como todo en Chile. Y los santiaguinos se refugian en la tibieza del valle que los protege de los extremos implacables de la nieve y de las olas.

Santiago te azota con su calor seco en verano y te acorrala con su frío calador en invierno. Y te regala primaveras y otoños que son una delicia, para tomarse un café y enamorarse de nuevo. Santiago es tan extendido que la gente gasta horas en los buses para ir y venir del trabajo y no tiene tiempo de aprovechar sus parques y museos. Llegará un día en que las personas en esta ciudad puedan salir de sus trabajos a una hora decente, y no llegar a las 9 de la noche a sus casas cansados e incapaces de pensar en otra actividad? Entretanto, Santiago espera con paciencia el tiempo cuando sus habitantes puedan ser felices, y tengan el lujo del tiempo de su lado, para detenerse un segundo y darse cuenta de que esta extensión de edificios que ya empieza a trepar por la precordillera a falta de espacio en el valle es un lugar bello, más verde que gris, más lindo que feo, más activo que perezoso, más moderno que antiguo, olvidadizo de su historia, y deseoso de dar a sus ciudadanos una vida única, con retazos de maravillas incompletas y de sensaciones mediovividas.

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